“(...) destacar la importancia de los problemas prácticos, que son realmente la encarnación material del arte, es un decisivo paso por el camino de aproximación a la belleza, pero pienso que, ni como subproducto ni como premio aparecerá ésta, de no ser que el artista lleve en sí mismo aquel extraño y misterioso don que la hará brotar quién sabe en qué momento del proceso creativo”. (Inza, 1966)
La Choricera levantada por
Curro Inza, en colaboración con Heliodoro Dols, se convierte en piedra de toque de las teorías de la forma y la belleza que mantuvo este arquitecto. Teorías deducidas del análisis de sus planos, bocetos y fotografías, de su legado construido, de sus escritos, muchos de los cuales pueden consultarse en la revista Arquitectura, y de las impresiones que mantienen sobre él sus coetáneos, a los que aún existe acceso.
Las exigencias programáticas de la función original del edificio, en el que la macla de los distintos volúmenes debía permitir la coreografía del proceso productivo; lo que se consigue a través del desarrollo fractal de un módulo matriz de 5x5 que permitiría futuras adaptaciones de la fábrica al progreso; será el punto de partida del desarrollo proyectual , y a lo que Inza referirá como fundamento de la materialización del edificio, probando mantener aproximación a la forma a través de la función.
El empleo del módulo matriz puramente técnico, que se repite en las tres direcciones del espacio según criterios científicos, generaría un esqueleto del cual surgiría, sin más, la forma de la función. Pero la belleza final de la arquitectura resultante no será el “subproducto”, ni una suerte de “premio” a la humildad. Será en las manos, cabeza y vientre del arquitecto donde la forma torne en belleza, al presentar formas personalísimas ajenas a modas e ismos, en definitiva, formas anacrónicas que producen sensaciones a lo largo del tiempo.
En el caso de la Choricera el proceso creativo se basará en una hiper-contextualización. A pie de obra y lápiz en mano, receptivo a la realidad y las sensaciones provenientes del entorno, Inza materializará una fábrica que poco tendrá que ver con el proyecto original.
De un lado, una realidad local que es artesana y cerámica, de lento metabolismo, que permite hacer y deshacer hasta que brota la belleza, en “quién sabe qué momento del proceso creativo”, bajo la continua atención del arquitecto, quien habitó en la fábrica embrionaria en espera de que se produjera el milagro. De otro, el perfil geométricamente imperfecto de la sierra de Guadarrama, que se refleja en la imperfecta geometría de las cubiertas del edificio; o “las opalinas torres y espadañas”, parafraseando a Zambrano, que se convierten en preludio, o epílogo, de la “ciudad ausente”, por lejana, de Segovia, a través de la peculiar y expresiva geometría de los volúmenes de la Choricera.
Como resultado, una poesía, como hubiera ocurrido en manos de Zambrano, Machado, Baroja, y otros que sintieron, interpretaron y, humanamente, expresaron la realidad transmutándola en arte.
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