El amianto sigue siendo una amenaza oculta en muchos edificios de España. A pesar de su prohibición hace más de dos décadas, apenas se ha avanzado en su eliminación. Este material, que fue utilizado extensamente en construcción debido a su bajo coste y propiedades aislantes y resistentes, se está convirtiendo en un grave riesgo para la salud pública una vez que ha empezado a degradarse de forma masiva.
Debido a las medidas de seguridad que hay que implementar y su alto coste de eliminación en vertederos autorizados, el coste de estas intervenciones es elevado. Por ejemplo, el presupuesto mínimo por quitar uralita con amianto en Madrid suele estar entre 1.300€ y 2.000€, aunque este precio puede incrementarse significativamente dependiendo del estado de conservación del amianto o su ubicación dentro del edificio. Las subvenciones disponibles en España son escasas. Algunas comunidades autónomas, como Cataluña, Canarias o Castilla y León, ofrecen ayudas para la retirada, pero estas son insuficientes para cubrir la demanda. El resto de regiones ni siquiera cuentan con subvenciones específicas. La mayoría de las ayudas están ligadas a proyectos de rehabilitación energética, lo que deja sin apoyo a quienes necesitan retirar el amianto sin realizar otras obras.
La urgencia de un plan integral para la retirada del amianto La Unión Europea ha impuesto plazos muy ambiciosos para eliminar el amianto dentro de su territorio. Según la normativa, para 2028 no debería haber materiales con amianto en edificios públicos, y para 2032 deberían estar eliminados completamente de los edificios privados y empresas. Sin embargo, cumplir con estos plazos en España parece una tarea casi imposible. Mientras el resto de países siguen avanzando a mejor ritmo, la poca ayuda institucional que hay aquí, hace que el avance en su eliminación sea muy lento.
Uno de los mayores retos que tenemos en España, es que no se sabemos con certeza cuánto amianto hay. Aunque la Ley 7/2022 exige a los ayuntamientos realizar un censo de amianto en sus instalaciones públicas, muy pocos lo han completado y, en la mayoría de los casos, los inventarios solo han identificado amianto en las cubiertas, dejando de lado otros elementos como tuberías, canalizaciones, bajantes o suelos. La falta de un censo claro hace casi imposible que se pueda cumplir el objetivo de eliminar el amianto para 2028. Además, muchos ayuntamientos no parecen tener esta tarea entre sus prioridades inmediatas.
Como ya hemos visto antes, el proceso para retirar el amianto requiere tiempo y recursos. Las empresas especializadas deben seguir protocolos estrictos de seguridad, permisos, solicitudes y cada retirada lleva tiempo, por poco amianto que haya que retirar. Con el número actual de operadores, es poco probable que puedan cumplir con la demanda en los plazos establecidos. La situación se complica aún más si las administraciones continúan postergando la planificación, ya que cada año que se pierde incrementa la presión sobre las empresas de desamiantado, que no podrán atender todas las solicitudes a tiempo.
En cuanto a los edificios privados y de oficinas, que tienen hasta 2032 para eliminar el amianto, el panorama tampoco es alentador. Aunque disponen de más tiempo, la falta de ayudas económicas hace que muchos propietarios no puedan permitirse la retirada o no quieran hacerla. Sin incentivos financieros adecuados, es poco probable que se alcancen los objetivos de eliminación, lo que deja a miles de edificios con este material tóxico durante mucho más tiempo del permitido por la normativa.
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